jueves, 30 de octubre de 2014

Amores de ‘Todo a Un Euro’ para un corazón en crisis.

El fin del Verano –que nunca acaba–. La llegada del Otoño –que nunca llega–. Melancolía pandémica anual, repetida hasta la saciedad por nuestro subconsciente, año tras año, hasta el punto en que acabamos creyendo en ella, atrapados en sus redes, haciendo nuestra existencia de hoy más lánguida que la de ayer pero menos que la de mañana.

Lo curioso es que, hasta los que se encuentran atrapados en esa gran mentira de nuestro cerebro al que muchos, denodadamente, pretenden llamar ‘amor’ –cuando, en realidad, ‘eso’ lleva aparejadas otras muchas cosas–, caen en ella sin pretenderlo. Y eso que ¡maldita la falta que les hace!, claro. Supongo que será debido al egoísmo inherente al ser humano, que anhela lo que otros poseen sin pensar en que lo propio está muy por encima, aunque lo que envidia no merezca la pena.

En fin… Que no digo yo que sentado junto a la ventana, con la frente ligeramente apoyada en el cristal húmedo y frío por la resaca otoñal, empañado con las vaharadas de tus suspiros, la mirada perdida en el infinito mientras, fuera, las hojas caen, se esté mal. Pero seguro que se está mejor en la cama y bien acompañado… Sí, creo que sí.

De todas formas, siempre existen ‘amores de ocasión’, ‘de temporada’, para un apaño, vamos. Hasta que el mal trago pase. Aunque esto, las más de las veces, no suele acabar demasiado bien.


Los orientales, tan aplicados ellos, tan capaces de vendernos lo que se propongan, las estupideces más supinas que puedan llegar a ocurrírsenos –a ocurrírseles…–, tienen en sus archiconocidísimos establecimientos de todo. Absolutamente de todo. Salvo algo que palie la tristeza estacional que estamos –debiéramos estar– sufriendo. Bueno, sí, existe el alcohol –y las drogas, obviamente–. Y no hay nada mejor que una buena melopea de cualquier engendro etílico que sean capaces de vendernos estos chicos; sus efectos resultan tan espantosamente horripilantes que nos harán olvidarnos de todo y de todos. Salvo de un buen protector estomacal. De eso y de un antiemético, vitaminas, agua, zumos... Y de un buen inodoro capaz de soportar lo que se le viene encima. Y de la madre que los parió a todos, por supuesto.

Pero, sí. Deben ser listos. Lo suficiente como para ser conscientes de que, a pesar de todo,  nunca deberán vendernos amores de ‘Todo a Un Euro’ para un corazón en crisis.



martes, 28 de octubre de 2014

Luces y Sombras.



La Luz, tenue, se abre paso sesgadamente por entre las rendijas de la persiana y continúa firme su camino, colándose a través del filtro de los visillos. Incapaz de causar daño a mis ojos, apenas traspasa mis párpados aún cerrados, aunque logra su objetivo que no es otro que el de devolverme al Mundo de los Vivos, sacarme de mi sueño. Esa luz que las más de las veces hiere mis pupilas hasta el punto en que camino, gafas oscuras, ojos entrecerrados, lágrimas mejilla abajo. La misma, hija de la misma Estrella que me carga las pilas y que, a la vez, me hastía, me agota, no me permite pensar con claridad, con la objetividad suficiente.

Si la Noche transforma, interpreta lo que ven nuestros ojos para confundirnos, para acercarnos más a nuestros más íntimos deseos, anhelos, soledades, vacuidades, hace muchas de una misma cosa, la Luz me causa el efecto contrario. Me torna melancólico hasta el aburrimiento, la apatía, la desidia, la abulia. Hace que todo lo que me rodea me parezca un continuo. Y me torna en uno de muchos. Un árbol más del bosque, ajeno a lo que me rodea.

Corren tiempos oscuros. Nos movemos, habitamos entre sombras, saliendo de casa cuando, aún, es de noche y volviendo a la misma apenas aquélla viene de vuelta. La Luna, a veces, mudo testigo.

Tan solo alguna mañana, un incipiente rayo de Sol hace temblar mi subconsciente, aún vivo entre los vapores de un sueño no siempre reparador, devolviéndome a la cruda realidad. Pero eso solo ocurre dos de cada siete días. Y no siempre el Día y Yo amanecemos despejados como para apercibirnos de que, efectivamente, el Astro ha vuelto a las andadas. Aguardo, paciente. Y salgo a la Luz de la Noche para completar el círculo hasta casi la hartura, el empalago, de rendirme a Su Culto.

Quizá lo justo sería desplazarme sobre el filo de esa espada que separa la Oscuridad de la Luz. Lograr el equilibrio. Pero con una existencia tan efímera, vegetando en un Mundo en el que prima el trabajo sobre la Vida como condición ‘sine qua non’ para la subsistencia, sin olvidar el apetito por vicios y caprichos, inherente a mi condición de sempiterno epicúreo, me resulta tremendamente complejo. Lo real debe ser, entonces, permitirme sucumbir al encanto de lo umbroso, enredarme en su tela, vivir en la fantasía que trae aparejado moverse en lo anochecido, dejar que sus brazos me envuelvan hasta que las mieles de la penumbra, néctar como ningún otro, me adormezcan. Y transcurra, inexorable, el paso del Tiempo.