miércoles, 31 de octubre de 2012

El triunfo de los mediocres.


Quizás ha llegado la hora de aceptar que nuestra crisis es más que económica. Sí. El agujero es mucho más profundo de lo que parece, de lo que nos cuentan. Nuestra crisis, entre estos y/o aquellos políticos, va más allá. Más allá de la codicia de banqueros y sus primas (de riesgo).

Debemos asumir que nuestros problemas no se acabarán cambiando nuestra opción de voto de un partido a otro y tiro porque me toca (las narices), ambos caras de una misma moneda devaluada, protagonistas de un juego de la oca más que gore en el que tanto la que da nombre al juego como sus protagonistas acaban degollados por no se sabe qué misterioso asesino. No. Nuestros problemas no se acabarán con nuevas baterías de medidas urgentes. Ni con huelgas generales a destiempo, caducas y trasnochadas, que cuestan a los trabajadores (a los pocos afortunados que quedamos en activo en este país) más de lo que conseguirán jugándose el tipo ante una policía que, parece, no está por la labor de comportarse como aquellos otros lo hicieran durante la Revolución de los Claveles en nuestra vecina Portugal (menuda lección nos dieron).

El asunto radica en reconocer de una maldita vez y para siempre que el principal problema de España no es estar a la altura (midiendo a la baja, por supuesto) de Grecia, el nunca convergente euro o los 'Merkels' y 'Hollandes' de turno.

Luego de tantos años de Dictadura Militar, de blancos y negros tan sólo interrumpidos por una gama eterna, inacable, de grises, después de una Transición incruenta y de una incipiente, tierna e ilusoria Democracia, estamos obligados a admitir que, ¡por fin!, ha ocurrido lo que parecía imposible: nos hemos convertido en un país mediocre.

Pero antes de nada, debo puntualizar que ningún otro país alcanza semejante condición de la noche a la mañana. No es fácil. Tampoco en tres, cuatro o cinco años. Todo esto es consecuencia de una cadena que comienza en la escuela, con una educación harto 'sospechosa' en continente y contenido, y acaba en la clase dirigente de la que disfrutamos desde hace mucho tiempo. Demasiado. Hemos sido, todos, partícipes, de la creación de un estatus cultural en el que los mediocres pasan de ser los alumnos más populares en el colegio, a los mayoritariamente votados en las elecciones, sin importar lo que hayan hecho, hagan o pretendan hacer, pasando por no haber trabajado en su vida o, si lo han hecho, a ser los primeros en ascender en su oficina (como en la escala política), plenos de deméritos, cumpliéndose, así, una vez más, el Principio de Peter.

Estos individuos suelen ser también los que más se hacen oír en los medios de comunicación.  Y nos hemos habituado tanto a su mediocridad que hemos acabado por aceptarla, como estado natural de las cosas, como el que acepta pulpo como animal de compañía.

Y sí, existen excepciones, pero éstas, casi siempre, quedan reducidas al deporte y/o algún que otro representante de la Cultura (con Mayúsculas) y no sirven para negar la evidencia.

Mediocre es un país en el que sus habitantes pasan una media de 134 minutos al día frente a un televisor que ofrece, principalmente, basura.

Mediocre es un país que en toda la Democracia no ha dado un presidente que hablara inglés o tuviera mínimos conocimientos sobre Política Internacional.

Mediocre es el único país del mundo que, en su sectarismo rancio, ha conseguido dividir incluso a las asociaciones de víctimas del terrorismo.

Mediocre es un país que ha reformado su sistema educativo hasta la saciedad en tres décadas hasta situar a sus estudiantes a la cola del mundo desarrollado.

Mediocre es un país que no tiene una sola universidad entre las 150 mejores del mundo y fuerza a sus mejores investigadores a sobrevivir en el exilio (¿les suena?).

Mediocre es un país con un 25% de su población activa en paro, con una disminución del 12% con respecto a las compras en el pequeño comercio y que, sin embargo, encuentra más motivos para indignarse cuando marionetas televisivas de un país vecino bromean acerca de sus deportistas.

Mediocre es un país en el que la brillantez del vecino provoca recelo, la creatividad es marginada (cuando no penalizado su plagio) y la independencia sancionada.

Mediocre es un país que ha hecho de la mediocridad la gran aspiración nacional, perseguida sin complejos por esos miles de jóvenes que pierden el trasero por ocupar la próxima plaza en 'Grandes Hermanos', 'Operaciones Triunfo' y/o 'Gandia Shores'.

Mediocre es un país en el que sus políticos se dedican a insultarse sin aportar una sola idea buena para el Pueblo.

Mediocre es un país cuyas empresas están lideradas por jefes que se rodean de mediocres para disimular su propia mediocridad.

Mediocre es un país en el que estudiante de futuro prometedor es perseguido, ridiculizado y vilipendiado por aquellos compañeros que no valoran la inteligencia y/o el esfuerzo.

Mediocre es un país que ha permitido, fomentado y celebrado el triunfo de los mediocres, arrinconando la excelencia hasta dejarle dos opciones más macabras (y determinantes) aún si cabe que las del acto 3º-escena 1ª del glorioso Hamlet shakespiriano, haciéndolo como más del siglo XXI:

To be or not to be: that is the question.
Si es más noble para el espíritu marcharse
o dejarse engullir por la imparable marea gris de la mediocridad.