viernes, 2 de septiembre de 2011

El Fútbol que se avecina: Quadrophenia.



Recibo un email de mi amigo Fernando Ortiz recomendándome que lea un artículo del e-diario ‘República de las Ideas’ (www.republica.com, que tiene como presidente a Pablo Sebastián, consejero delegado a José Oneto y está dirigido por Carolina G.-Cortines) en el que, parece, se lleva a cabo un curioso análisis acerca de la actual situación del fútbol en España... Bueno, procedo a su lectura y me encuentro con que, parece, la única forma de sobrevivir en el futuro que se avecina (ojo, hablamos de fútbol) es que los clubes ‘más pequeños’ (léase que no sean Real Madrid o Barcelona) procedan de forma y manera similar a lo que hacen las empresas, esto es, ‘asociarse’… Según el articulista (de nombre ‘Marcello’, tiene gracia la cosa), sólo alianzas del tipo Betis-Sevilla, Valencia-Villa Real-Hércules, Atlético de Madrid-Getafe-Rayo Vallecano y/o similares pueden crear ‘monstruos’ capaces de competir con los que se están llevando ‘la parte del León’.

El enlace al mencionado artículo, por si os interesa echar un vistazo, es http://www.republica.com/2011/08/31/el-sevilla-y-el-betis-se-deben-fusionar_380381/.

¿Qué pensar al respecto? Bueno, la idea está ya muy trillada, todos habremos leído algo acerca de esto, incluso habremos mantenido más de una conversación de barra de bar o similar alguna que otra vez. Lo que ocurre es que en el mundo empresarial no existe la fusión (es una gran falacia), existe la absorción ('el pez grande se come al chico'). El mundo de los negocios es cruel, fagocitario, no hace prisioneros (son demasiado caros de mantener), no existen rehenes (no se piden rescates, a degüello con ellos y sus propiedades pasan a ser del vencedor de la contienda)…

…Por no hablar del tema 'romántico'. El corazón de un aficionado puede estar en el Madrid o en el Barcelona, NUNCA en ambos. De hecho, una cosa es celebrar las victorias de la Selección Española – cosa que yo no hago – con fiestas más o menos etílicas (y algo más) dejándose embaucar por el efecto de la 'masa' (y de las titis que pululan ligeras de ropa y, obviamente, ebrias en buen número) y otra alegrarse de que también algún que otro maldito jugador del eterno rival acabe aclamado por enfervorecidas multitudes para, en definitiva, acabar en posesión del mismo título que los que tú y los tuyos idolatráis.

Es como si, en medio de las refriegas que mods y rockers ‘celebraban’ en las playas de Brighton en el 64’ (véase 'Quadrophenia', 1979 – y oigase a 'The Who' sonando de fondo –), una luz descendiera por entre los nubarrones e iluminara a ‘Ace Face’ (en la versión española, ‘As de Oros’; sí, no podía ser otro que Sting…) y, de pronto y sumido en un trance, dijera: ‘¡Todo el mundo al suelo!’ (¡Oops!, perdón, no sé en que estaba pensando)…, ¡Ejem…!, quiero decir, ‘¡Todos quietos! ¡He visto la luz! (sí, esto es de los ‘Blues Brothers’). La única forma que tenemos de ganar esta batalla es unirnos y, así nos haremos más fuertes. Más poderosos para ir a España y zurrarles la badana a los 'nuevos flamencos' (que ni nuevos ni flamencos)…

…No, no se unirían jamás, aunque, dicho sea de paso, yo les acompañaría de muy buen grado a darles un repaso a esos... Y, de paso, a los 'triunfitos', a los de los '40 criminales', – como los rebautizara el gran Mariscal Romero –, a los del reggaeton... ¡Hay tanto imbécil a quién zurrar y tan poco tiempo disponible para hacerlo...!


Igual si las mencionadas alianzas entre clubes resultaran fructíferas, es muy posible que 'Los Dos Grandes' encontraran, por fin, la horma de su zapato. Igual si esto último hubiera ocurrido, Jimmy no hubiera sabido nunca que ‘Ace Face’ era, en realidad, un simple botones de hotel. Y nunca se hubiera arrojado por los acantilados de Beachy Head.


martes, 30 de agosto de 2011

Time Is On My Side.

…Déjame terminar, Eric. No me queda mucho tiempo y quiero que todo quede registrado. Con un poco de suerte, no sólo te legaré mi fortuna (a la que, seguro, sabrás dar buen uso), también ésta será mi aportación, la última, nuestra última colaboración.

…La primera vez que la vi supe que era ella. No sólo su voz, no. Era todo. Nunca pensé encontrarla en un casting, el primero al que asistía. Aunque exigente con mi trabajo, nunca lo era con el de aquellos que fingían ser los personajes de mis guiones. Tú, Eric, siempre elegiste bien, siempre acertabas. Sin embargo, algo me hizo, esa tarde de Diciembre, aceptar tu proposición, la de mi único amigo y director de todo lo que de mi pluma zarpaba rumbo a la gran pantalla. ¿Recuerdas nuestra conversación telefónica? ‘Bueno, iré, no insistas… Sí, sé que ya era hora… ¿A las 10? ¿Tan temprano…? Vale… No, no te preocupes que allí estaré… Y No, no estoy borracho, aún no. Déjame seguir trabajando. Hasta mañana…’.

Y allí estaba. Las 10 y sentado en una incómoda butaca, viviendo aún de los efectos del bourbon de la noche anterior, café en mano que apenas hacia soportable la resaca. Tú no parabas de levantarte, dar órdenes y hacer gestos. Las 11. Ignoro cuántos fueron los cigarrillos que pasaron por mis labios en esa hora interminable. Las 12. Parecías no cansarte nunca. ‘Quiero una cara nueva, fresca, joven’, me habías dicho días atrás. ‘Es, posiblemente, el mejor papel femenino que hayas escrito nunca y no quiero que quede vinculado para siempre con alguna actriz conocida. Debemos buscar algo diferente.’… Pero, luego de 2 horas, nada de nada. Todas las chicas eran la misma persona, la misma actriz. Sí, el físico parecía corresponderse con nuestras exigencias, pero carecían de alma.

‘¡Eric! ¡Ven aquí! Ya sé porqué no he asistido nunca a uno de estos-tus eventos. ¡Es horrible! No aguanto más tanta mediocridad así que, con tu permiso, lo dejo – como siempre – a tu elección’. Abriste la boca para decir algo pero tan sólo lanzaste un manotazo al aire, giraste sobre tus talones, volviste sobre tus pasos y le dijiste a Rebeca, tu secretaría, que hiciera pasar a la siguiente aspirante.

Con mi abrigo y mi bufanda puestos, me disponía a colocar el sombrero sobre mi cabeza y largarme de ese antro de tedio cuando, de pronto, una voz hizo que volteara mi cabeza. Y ahí estaba ella. ‘…Me…, me llamo Cynthia, Cynthia Ozick – como la escritora judía, pensé… – ; aunque soy española, mi padre era ruso, de ascendencia judía, de ahí el apellido… Tengo 23 años, he terminado mis estudios de…’. Y hasta ahí fui capaz de oír. Levantó ligeramente la mirada y, al cruzarla con la mía, perdí la noción del tiempo. Durante un instante, no pude evitar pensar en Walter, pobre vendedor de seguros devorado por la millonaria Phyllis en 'Double Indemnity' – ‘En cuanto vi ese tobillo bajar por la escalera, supe que estaba muerto’, narra en off Fred MacMurray a Edward G. Robinson al ver esa delicada y sexy porción de la anatomía de Barbara Stanwyck aparecer por el hueco de la escalera… –. Me senté de nuevo, sombrero en mano, y dejé que llevaras a cabo todas las probaturas que estimaste oportuno. No fue necesaria mi intervención. En una eternidad que apenas duró unos minutos, te dirigiste a mi asiento y me dijiste: ‘Es la primera vez que consulto esto con alguien que no sea Rebeca o un productor pero, ya que estás aquí y, ya que te has quedado, supongo que tendré que preguntártelo… ¿Qué opinas?’. Nunca me quedo mudo, siempre tengo algo que decir. Y en esta ocasión no iba a ser menos. ‘Sí – dije –, me gusta. Creo que da el perfil que buscábamos para mi personaje. Parece que, menos mal, no he perdido del todo la mañana’.

En cuanto terminaron las pruebas, no dude un solo segundo en dirigirme a Cynthia, presentarme como el magnífico guionista que era (algo que, estaba seguro, ella sabía), felicitarla por, obviamente, haber conseguido el papel e invitarla a un almuerzo en mi restaurante favorito. Dijo conocerme y haber visto no sólo todo aquello que en la gran pantalla llevaba mi firma como guionista sino, además, haber leído cada una de mis novelas con todo el interés posible.

Y, sí, estuve presente durante todo el rodaje, aunque eso ya lo sabes. Cada mañana me presentaba impoluto, poco importaban plató o exteriores. A pesar de mi resaca, mal menor si se comparaba con lo que, desde el primer instante en que nuestras miradas se encontraron, comenzamos a sentir el uno por el otro… O, al menos, era lo que yo creía… En este mundo poco importa la diferencia de edad: es algo a lo que estamos habituados. ¡Y ella era tan joven y tan hermosa! ¡Desprendía tanta frescura, tanta vitalidad!

…En cuanto a lo que a partir de aquí hasta el estreno ocurrió es de sobras por – casi – todos conocido: presentaciones en sociedad, fiestas, cenas, mas fiestas, otras fiestas… No sé en qué momento me supe arrastrado por la vorágine de su belleza, probablemente, como ya he dicho, desde que mis ojos se miraron por primera vez en los suyos, pero llegó un momento en el que perdí absolutamente el control de mis actos. Me supongo, Eric, que te parecerá algo trivial y quizá tengas razón. Matar a alguien por una mera cuestión de celos es algo que no me va. Pero, llegados a este punto y al respecto, recuerdo una de mis sentencias favoritas de mi admirado Oscar Wilde a la que deseo parafrasear: ‘Nunca tuve tiempo de estar celoso de ninguna de mis esposas ¡Estaba tan ocupado en estarlo de los maridos de las demás...!’. Pero, en fin, como Robert Cummings dice a Ray Milland en 'Crimen Perfecto', ‘En los mejores guiones, las cosas salen como uno quiere, pero en la vida real no, amigo’… Y eso es lo que ocurrió. 
Si Jerry Ragovoy hubiese nacido con 50 años nunca hubiera escrito 'Time Is On My Side' ni jamás la hubieran, por tanto, interpretado los Stones… Pero, afortunadamente, pasó por la adolescencia en unos años felices y prometedores, los 60’. En cambio, para mi, ahora, el tiempo no está para nada de mi lado. Oigo las sirenas, por lo que, supongo, alguien habrá oído los disparos y llamado a la policía. Lleva esto a la gran pantalla. Sé que no es el primer guión que carga con este tipo de material pero seguro que tu, Eric, serás capaz de hacer una obra maestra de él. Y no me despidas de ella, ya lo hice. Cubre su cadáver, no me gustaría que nadie la viera en ese estado, aunque creo que ya poco importa. Y manda a limpiar la piscina en cuanto los chicos terminen con la investigación. No me hace ninguna gracia que los que visiten mi mansión se encuentren con un tipo tan desagradable como el que tu, querido amigo, has visto que flota en sus aguas dejando que su sangre lo coloree todo de un rojo tan estúpido. Guarda, también, mi revólver entre tus objetos más valiosos. Estoy seguro de que cuando todo acabe, la policía no tendrá inconveniente alguno en que así sea. Y recuérdame (y recuérdala también a ella) cada vez que lo contemples.